Era muy normal ver miel en las casas del pueblo a partir de los meses de Marzo y Abril que era cuando se cataban las colmenas. Sin embargo, a la cera se la daba poca utilidad y normalmente se vendía. No había tradición de filtrarla y limpiarla hasta quedar blanca para hacer velas, como se hacía en otros lugares. De hecho hay quien dice que antiguamente había cierto culto hacia la abeja por ser el animal que proporcionaba la cera con la que se hacían las velas que además de dar luz nos acercaba de alguna manera a nuestros antepasados muertos. Pero no era nuestro caso. En Tamarón   la cera era un subproducto sin demasiada apreciación y en ningún caso las velas sustituyeron a los candiles de aceite. 

Sin embargo queremos recordar el amplio número de colmenares que existieron. Algunos de aquellos antiguos activos hasta no hace mucho tiempo.

Así tenemos que, entre los más próximos al pueblo se hallaba el del Sr. Luciano Marín, El Fraile, situado dentro de su huerta que se cultivaba como tal y hoy es propiedad de la familia Frías. Hoy ya no hay colmenas. Han ido desapareciendo, aunque había no menos de una docena. 

A poca distancia, carretera abajo, estaba el del Sr. Rufino Marín, de idénticas características en cuanto a colmenas más la ventaja de que contaban con mejores oportunidades de elaboración; ya que tenían cantidad de romero y agua abundante en un estanque con manantial propio. Más tarde éste pasó a ser de Anselmo Díez y hoy se encuentra olvidado; mejor diríase abandonado.

Siguiendo a pocos metros, se conoció el del Sr. Román Marín de mucho mayores dimensiones en general y bien armonizado en cuanto a su misión. En su lugar ahora existe una buena casa, construida no hace muchos años por la familia Varas - Carrera, que la habita.

Tras este recorrido, nos adentramos en el pueblo, donde no era raro ni difícil ver cómo en edificios deshabitados o de servicio en parte dotados de corral e incluso en algún que otro con vecino, aprovechando pequeñas ventanas o piqueras hechas a propósito sobre gruesas paredes, se colocaban los llamados escriños que se tejían con paja larga sin picar y en los que, cuidadosamente acoplados, introducían enjambres con la esperanza de conseguir parte de la miel que elaboraban uno y otro año.

Este itinerario nos lleva hasta esas paredes que quedan de la Ermita de San Salvador, donde sin esfuerzo aún se contemplan esas cinco o seis muestras que se aprecian en razón a cuanto se viene diciendo.

Continuando con el tema, pasamos al campo, donde en la zona conocida como la Calleja, antiguo camino ya anulado a San Miguel donde estuvo el colmenar de Florencio Gutiérrez, mi bisabuelo, del cual no queda nada más que el pequeño recuerdo de que en casa he conocido elementos o bártulos precisos que se empleaban.

Más adelante, en Malpau (Malpago o Malprado), estaba el denominado de los Antón Albillos, de cuya familia conocí a la Sra. Pantaleona.

Nos trasladamos a Pradillos. Donde, dentro de lo que hoy es mi parcela, hubo dos juntos pero independientes que se decía de la Micaela el uno y creo que era parte de su familia Carrasco - Castañares, el otro. 

Por último, se sabe que situados en El Frailón y Valdevecín existieron los de la Sra. Filomena Marín y otro cuya propiedad no se tiene clara.

Hasta aquí lo que podría considerarse como parte antigua. Mas sería incorrecto no mencionar la actualidad, ya que, afortunadamente, Tamarón mantiene su tradición mielera y dispone de dos lugares con un regular número de enjambres de los conocidos como portátiles que siguen dando este afortunado producto. Estos son  propiedad de Vicente Ruiz y Miguel Frías.

Tomás Mínguez, año 2001