Tamarón es una localidad de 46 vecinos situada al pie de la carretera que nace en la salida 30 de la autovía de Burgos a Valladolid. Después de Villaldemiro y antes de Iglesias, sus dos vecinos colindantes.

En el libro de “Pueblos de Burgos” se dice entre otras cosas que en Tamarón  “… se encuentran los restos de un antiguo castillo o palacio de los Duques de Frías y un sitio denominado Carrera del Rey, donde según la tradición se dio una batalla a los moros por el Rey Don Alfonso…” (Alfonso VI reinó en Castilla entre los años 1072 y 1109, y fue quien condenó al Cid a destierro).

   Investigaciones posteriores nos dicen que ya no existen restos de aquel antiguo torreón, que se encontraba cerca de la ermita de San Salvador, y del cual lo único que queda es el escudo que se colocó en la fachada Sur de lo que eran las antiguas escuelas del pueblo y hoy sede del Ayuntamiento y consultorio médico.

   Del mismo modo, independientemente de que el Rey Don Alfonso pudiera presentar batalla a los moros en estas tierras, Tamarón tiene el honor de disputar con Támara, una localidad de Palencia, el acontecimiento en sus campos de la batalla de Bermudo III, Rey de León, con Fernando I, Conde de Castilla, y que a partir de su victoria en ésta pasaría a ser primer Rey de Castilla y León.

   Casualmente, en el año 1998, miembros de la Sección de Antropología Física de la Sociedad de Ciencias Aranzadi de San Sebastián, fueron invitados a participar en una investigación sobre los restos humanos del Panteón Real de San Isidoro de León. En dicha investigación, cuyo proyecto titulado “La antropología al servicio de la Historia: un caso Real” está dirigido por Dña. Encina Prada y en el mismo participan seis universidades: Las Complutense y Autónoma de Madrid, Autónoma de Barcelona, León, Valencia y País Vasco, bajo la tutela de la Asociación Española de Paleopatología. Se realizó la reconstrucción facial antropológica del Rey Bermudo III (1028 – 1037), el último de la dinastía de los reyes de León que murió a consecuencia de las graves heridas sufridas en la batalla de Tamarón.

   Consecuencia de mi relación personal con Francisco Etxeberría, médico forense y uno de los investigadores del proyecto, he tenido acceso a la información que se ha utilizado en el mismo y que entre otras muchas cosas dice que el 30 de Agosto de 1037, el Rey Bermudo III de León, apodado El Mozo, ya que contaba con sólo 19 años, atacó a su cuñado Fernando, Conde de Castilla, y libraron batalla en los campos de Tamarón.

   Los restos del Rey presentaban una gravísima herida en el pómulo derecho, probablemente provocada por una lanza, lo que le causó la muerte.

   A resultas de esta batalla, Fernando fue proclamado Rey de Castilla y reclamó los derechos de su esposa, hermana de Bermudo, sobre el reino de León. Por lo que por primera vez en la historia se unen los reinos de Castilla y León en una misma persona.

   Pensando en todas estas cosas y disfrutando de un agradable atardecer, el día 17 de Agosto de 1999, paseando con mi esposa y mi padre por lo que se denomina Carrera del Rey, me separé un momento dirigiéndome al arenal que está junto a la carretera.

   Pensaba que si realmente se había librado una batalla en aquella zona, aunque hubiera sido hace casi mil años, quizás podría encontrar algún indicio. Si el Rey había muerto de una lanzada, probablemente se habrían utilizado arcos y flechas. ¿Por qué no podía encontrar alguna punta de flecha?

  Observé que del arenal se había extraído arena; pensé que para alguna obra del pueblo, como se hacía antiguamente. Vi que a un lado había un gran montón y en la base de éste así como en la de la pared que se había trabajado, pequeños trozos de material con aspecto de hierro oxidado. ¿Había encontrado en el arenal lo que había estado buscando en la Carrera del Rey?

   Seguí mirando por la pared y vi manchas de óxido más gruesas y largas. Y, justo debajo de ellas, dos trozos gruesos oxidados. Ahora no me parecían hierros. Más bien parecían huesos rellenos de hierro. Recogí los dos trozos mayores.

   Al día siguiente, Miércoles 18, nos dirigimos los tres a la Sierra de Atapuerca. Queríamos ver el estado de las excavaciones que ya conocíamos de años anteriores y, de paso, me llevé mis “huesos”, por si tenía oportunidad de consultar con alguien.

   Realizada la visita, mostré los restos a Ascen Román, la guía que nos había acompañado. Quien, sorprendida, me preguntó dónde había encontrado aquellos huesos. Le respondí preguntando si realmente eran huesos, a lo que contestó que estaba segura, aunque no sabría decir de qué. Me tomaron los datos, nombre y teléfono, con la promesa de que los estudiarían y me dirían algo. Ella pensaba pasar por Tamarón al día siguiente, ya que había quedado con unos amigos en Iglesias y trataría de localizarme para indicarle la zona del yacimiento.

   Pasó el día siguiente, Jueves, y el Viernes por la tarde volví con mi esposa y mis hijos de nuevo a Atapuerca para realizar otra visita. La anterior no había sido tan completa como quería. Al final de la misma pregunté a la guía, que era otra, si sabía algo de unos huesos. Me dijo que sí y llamó a Ascen, quien me comunicó que no había podido ir, la antropóloga estaba de vacaciones y cuando los analizara me dirían algo.

   De vuelta a Tamarón, volví a visitar el arenal y encontré, siempre en la arena desprendida y junto al montón, otros dos trozos no tan grandes como los primeros pero lo suficiente para ver que se trataba de huesos fosilizados. Recogí también un trozo de la roca arenosa que forma la pared y obtuve tres fotografías indicando con palos algunos de los lugares en los que se veían los restos.

   Pero estos no los llevé a Atapuerca. Preferí traerlos a San Sebastián donde estaba seguro de que los compañeros de la Sección de Geología de Aranzadi me darían más información.

   Casualmente, mi primer contacto fue con Francisco Etxeberría. Se sorprendió y dijo: “Son huesos y no son humanos”. “Pero para saber más tienes que hablar con Luis”.

   Luis Viera es el Presidente del Departamento de Geología y lleva años investigando sobre restos de dinosaurios. Consultado y analizando los huesos emitió el informe.

   Durante mi entrevista con Luis Viera le sugiero hacer la prueba del Carbono 14 para averiguar la edad de los huesos.

   Su respuesta es que el Carbono 14 sólo se puede emplear para restos orgánicos y con edad inferior a 40.000 años; cuando a simple vista se puede ver que la mineralización de estos huesos es total y para conseguir que todo el Calcio se convierta en Oxido de Hierro (Hematita y Limonita), se necesitan millones de años. “Este grado de mineralización no puede conseguirse en menos de 20 millones de años”.

   No es que el hueso se hubiera descompuesto y su hueco rellenado de arena o lodo y luego por la presión petrificado. (Como los árboles que vimos hace años en la excursión del verano). Este caso es diferente; en él, el proceso que se ha dado es que unas bacterias que se fijan en los huesos en descomposición, se van alimentando de su Calcio al mismo tiempo que desprenden Azufre, que, tras sucesivas reacciones químicas, se va transformando en Sulfuro de Hierro y luego en Oxido de Hierro.

   Es un proceso lentísimo y en este caso la mineralización es tan completa que han tenido que pasar más de 20 millones de años.

   Este mineral de Hierro que tiene dos componentes: La Hematita y la Limonita es lo que se conoce vulgarmente como Ocre natural. Y disuelto en agua es lo que el hombre prehistórico en muchos casos utilizaba para decorar las cavernas en las que habitaba.

    El Carbono 14 se emplea para datar restos mas modernos.

   En la naturaleza el Carbono se encuentra en tres formas: C12, C13 y C14. El número que sigue a la C, que significa Carbono, es la suma del número de protones y neutrones del núcleo. Las propiedades químicas de un elemento dependen del número de protones, y los átomos de C12, C13 y C14 tienen el mismo número de protones, seis. Por esta razón tienen el mismo comportamiento químico, el del Carbono. Se dice que son isótopos. Este término, literalmente, significa que ocupan el mismo lugar, porque se encuentran en la misma posición en la famosa tabla que refleja el comportamiento químico de los elementos.

   El C14 es radiactivo, y se encuentra en la naturaleza en cantidades muy pequeñas acompañando al Carbono normal, no radiactivo, C12 y C13. Radiactividad es emisión de radiaciones. Cuando un átomo de C14 emite radiaciones, lo que sucede es que un neutrón del átomo se transforma en protón. Entonces los protones son siete, y el átomo transmutado, sin variar su peso atómico, posee las propiedades químicas de un átomo de siete protones, que es precisamente el de Nitrógeno, cuyo símbolo es N. Lo que ha ocurrido es que el C14 se ha convertido en N14.

   La transmutación se produce con un ritmo invariable, que no está influido por la temperatura (una ventaja muy importante). El C14 se va destruyendo con regularidad, lo que permite usarlo como reloj. Es un proceso lento: se necesitan 5.730 años para que el número de átomos de una muestra se reduzca a la mitad. Al cabo de 40.000 años ha disminuido hasta 7 veces, y queda tan poco que es muy difícil de detectar.

   Con este método sólo se puede datar el material que contenga suficiente Carbono, como los huesos, y sobre todo la madera. Se determina químicamente la cantidad de Carbono presente en la muestra, y con métodos físicos la cantidad referida al C14. C12 y C13 no son radiactivos y no cambian con el paso del tiempo, por lo que a partir de su relación con la cantidad residual de C14 se puede calcular la edad de la muestra. Hay límites prácticos, porque en el material de más de 40.000 años el contenido de carbono radiactivo es demasiado bajo para poder calcularlo, como no sea con otros métodos mucho más delicados, costosos e inseguros. Además, sólo se puede datar la materia orgánica.

   Con estos huesos fósiles podemos saber que los restos tienen más de 20 millones de años. El resto de datos debemos obtenerlo del terreno en que los hemos encontrado.

Y de él sabemos que es una roca encajante arenosa, formada por mezcla de granos de diferentes elementos. Pero en el corte de la pared aparecen bandas prácticamente horizontales, de monoclinal horizontal. No es un anticlinal, ni un sinclinal. Lo cual quiere decir que no ha sido afectado tectónicamente. Ni tiene estratificaciones litificadas, por lo que su formación es posterior a hace 45 millones de años que es cuando se producen los grandes movimientos tectónicos en la Península Ibérica. Por eso decimos que es post-orogénico.

   Deducimos que su edad está comprendida entre un mínimo de 20 millones de años y un máximo de 40. Lo que corresponde al período Mioceno – Oligoceno del Terciario. Es decir, algo posterior a la desaparición de los dinosaurios, que fue hace 65 millones de años y muy anterior a la aparición de los simios que fue hace 10 millones. Por lo que creemos que los huesos corresponden a un mamífero predecesor de alguno de los mamíferos actuales.

   ¿Cuál de ellos? Para saberlo necesitaríamos una pieza dental. Con ella, por comparación, sabríamos de qué especie estamos hablando, incluso, probablemente, su edad y sexo. A juzgar por el tamaño de los fragmentos óseos, sería de tamaño similar a las de los humanos.

   Si lo encontramos y resulta ser un predecesor no investigado anteriormente tendríamos una especie de mamífero al que los científicos pondrían un nombre y su apellido sería Tamaronensis.

 

José Daniel Mínguez Carrasco,
Socio de la Asociación Cultural Tamarón
y miembro de la Sociedad de Ciencias Aranzadi